A tan sólo un par de metros de distancia de la puerta, puedo imaginarme la batalla épica que viene a continuación. El contexto incluye; a los chicos, que tienen más energía que el conejito Duracel; el llanto del bebé con cólicos; pero peor aún, los reclamos de Rosario. “Siempre es lo mismo José Manuel Hernández, otra vez llegando de noche”, “no le dedicas ni un ratico a tus hijos”, “dile a tu jefe que tienes familia”. Cabe a destacar el tono sarcástico con que pronunciará jefe.
Tanteo los bolsillos de mi maletín en búsqueda de la llave de mi casa. Ojalá hubiese estado hasta esta hora empiernado con otra. Pero no, estaba con el cabrón de mi jefe, que ni se sabe mi nombre. Pese a que soy yo quien le saca la pata del barro antes de cada junta, maquillando sus informes.
Introduzco la llave en el cilindro de la cerradura. Saliendo de la oficina las cosas no mejoraron. La autopista Francisco Fajardo colapsada como de costumbre. Dos horas me retardó el embotellamiento.
Abro la puerta. Me da la bienvenida la pintoresca escena que había previsto. Los niños corriendo en la sala con sus superhéroes, el bebé llorando y la mirada iracunda de Rosario. “Dios, me vendría tan bien un masaje con final feliz”, pensé.
AKHV
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